“La mística de don Inocente Simplicio Caldera”
Por Cristhian Salazar
̶ ¡La censura es una bendición de Dios, sin ella la anarquía dominaría por doquier! ̶ así afirma Don Inocente Simplicio, director de un colegio de la localidad. –la libertad es una bandera de los demagogos, todos las grandes sociedades se han levantado trabajando en silencio, sin gritos ni algarabías.
̶ Usted es un dictador, un pobre diablo con poder, pero que tiene miedo a discutir y enfrentarse a la verdad, porque sabe que no duraría ni un día en su puesto, si la comunidad supiera que es usted un indolente que no atiende los problemas del colegio con responsabilidad.
Cada vez subía más de tono esta discusión entre un profesor y el director, Don Inocente Simplicio Caldera. Este singular diálogo fue motivado porque un profesor del colegio padecía peste bubónica y uno de los mentores lo hizo del conocimiento de don Inocente, para que tomara las medidas urgentes que el caso requería, ya que podían contagiarse alumnos y personal docente.
̶ ¡Quiere usted que quiebre el colegio! ̶ afirmaba enfurecido don Inocente. –Imagínese si el público se entera que en este colegio hay una epidemia, nos quedamos sin alumnos, sin dinero, sin sueldos. Ese estigma nunca no lo quitaríamos.
̶ Pero es más nocivo que se enfermen los jóvenes, ̶ decía el profesor ̶ ellos deben saber la verdad, siempre hay una solución cuando el pueblo la conoce; la verdad es luz, la mentira es obscuridad. Es un crimen tratar de ocultar la realidad. Usted debe convocar a una asamblea para informar a la comunidad.
̶ Usted que va con el chisme, y yo que lo despido –dijo don Inocente- aquí no se hace más asamblea que las que yo quiera, y se tratan los temas que yo decido. La mierda cuanto más se mueve, más huele. Es mejor el orden y que las cosas sigan su curso natural.
̶ Y conste –decía don Inocente ̶ si se sabe algo de esa peste, usted será el responsable y se me va del colegio sin chistar, si es que no quiere que se sepa de la desaparición de varios equipos de cómputo del colegio y que ahora están en su casa.
̶ No me asusta con sus acusaciones, ̶ dijo el profesor con los labios blancos de rabia- pues usted tendría que rendir cuentas de las obras que está haciendo, las cuales están infladas más del 100 por ciento. Lo mismo del dinero de las cuotas, de la alberca que dijo que iba construir y por lo cual subió las colegiaturas. Del cobro de 50 mil pesos por alumno por entrar a la Escuela de Medicina. Entre sastres no se cobran las puntadas. Ya veremos quien sale más raspado y quien es más corrupto.
̶ No se olvide de una cosa compañero –asienta con firmeza don Inocente- yo dispongo de dinero para comprar la prensa, la televisión y los panfleteros, incluso la mayoría de los periódicos reciben su iguala y la mayoría de los chayoteros están en la nómina especial de comunicación social. Usted hablará, pero hablará en el desierto. Sus labios se moverán, pero no emitirán sonido, no tendrá voz. En cambio lo que yo diga será noticia de primera plana.
̶ Usted está cometiendo un grave error –dijo el profesor sin amilanarse- evitar la libertad de discusión en cualquier parte es gravísimo, pero en un colegio ejercer la censura es un crimen de lesa humanidad. En un centro de educación se enseñan muchas cosas, pero lo principal es enseñar al joven a pensar, a discutir y buscar la verdad. Si usted les quita esa libertad, está castrando generaciones de jóvenes, que mañana serán ciudadanos autómatas, pasivos y agachones. ¡Esos hombres! –gritó el profesor- más que ciudadanos serán corderos sin espíritu crítico, dispuestos a hincarse ante cualquier figurín que les habla bonito. Este colegio no está creando hombres, está formando siervos. Un centro de educación donde se prohiba la crítica y la libertad de expresión, es una institución muerta. Eso solo sucede en la iglesia, en el seminario conciliar, donde se les educa para creer y obedecer a ciegas.
El profesor había pinchado la llaga del director, pues don Inocente había estudiado en el seminario, ahí se había formado y aunque no se recibió como sacerdote, por unas faldas que se le atravesaron, pensaba y actuaba como presbítero. Orden, paz y ornato, eran la divisa en el colegio, lo único que faltaba era una capilla con su confesionario.
̶ Usted es un hijo de Satanás que no sabe lo que dice –afirmó don Inocente- usted no tiene el criterio para juzgar a la iglesia, gracias al cristianismo y sus diversos ramales, tenemos esta cultura en que vivimos para bien o para mal, pero fue la iglesia y sus mártires quienes la crearon; y si bien es cierto que se vio en la necesidad de instituir a la inquisición, fue para salvar a la humanidad de la anarquía y la perversidad moral.
̶ No quiero discutir de esas cuestiones –expresó el profesor- porque no considero el momento adecuado, nada más sepa usted una cosa, que la iglesia siempre ha sido enemiga de la ciencia y socios de los explotadores de la clase trabajadora, y ya puede irse preparando, porque aunque sea a viva voz gritaré que usted es un falsario y un corrupto y no me importa perder mi empleo por defender la libertad de expresión. Ya puede echarme usted su jauría, sus calumnias no me callarán. La comunidad sabrá que estamos ante dos peligros, la peste y la corrupción que se personifica en usted.
El director guardó silencio, pero no se sintió derrotado, esperaba el consejo de sus asesores, ya que no escuchaba más razones que las de sus achichincles, y muchas veces parecía que se trasmutan los roles y ya no sabe uno quien era el titiritero y quien la marioneta, especialmente tratándose de Juan Bravante y Abel Olivas.
̶ Ya verá ese profesorcillo con quién se está metiendo, -dijo en voz baja don Inocente –lo voy a ignorar porque no somos pares, pero por debajo del agua perderá hasta los modos de andar. Está muy pequeño para decirme que debo hacer y que no. El poder no se comparte y se debe ejercer con firmeza, ¡cueste lo que cueste!
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