Por Cristhian Salazar
La
muerte de un joven siempre será una tragedia, no importa de quien se trate, ni
cuál sea su origen o su linaje. Y si esa muerte fue por homicidio, siempre será
uno de los peores crímenes que existen. Que un hombre muera a temprana edad y
en forma violenta, es antinatural y absurdo, porque en esa etapa de la vida,
apenas estamos construyendo nuestro destino, somos más promesa que realización, somos más crisálida que mariposa.
El
asesinato de José Eduardo Moreira Rodríguez, hijo del ex gobernador de Coahuila
y ex dirigente nacional del PRI, Humberto Moreira, es lamentable y significativo
en dos aspectos principalmente. En primer lugar, por el dolor que se le causa,
a una esposa, a unos padres y una familia que prematuramente pierde a un
miembro tan importante. Y en segundo lugar -aunque oficialmente no se ha comprobado que
haya sido obra del crimen organizado-
este asesinato representaría el primer golpe de la delincuencia la élite
política. En su carácter de ex gobernador, Humberto Moreira es un hombre de
poder, que ha estado o sigue estando en la cúpula más alta de la política
mexicana. Y aunque ha habido otros ataques a políticos, como presidentes
municipales, diputados y funcionarios públicos, nunca como hoy a este nivel.
Recuerdo
que en una de sus visitas a Durango, el experto en seguridad pública y ex
asesor de la ONU en esa materia, Edgardo Buscaglia, manifestó que “las
autoridades se darían cuenta de la dimensión del problema de violencia en
México, hasta que los delincuentes empezaran a meterse con la elite, que los
políticos abrirían los ojos hasta que tocaran a alguno de los suyos. Hasta
entonces, la clase política entendería la necesidad de generar una estrategia
para imponer un orden regulatorio a la corrupción y la violencia organizada”.
Creo
que ese momento ha llegado, los últimos hechos, incluidos los asesinatos de dos
diputados y un ex diputado locales –aunque en algunos casos se haya tratado de
problemas personales- evidencia no sólo el nivel de descomposición que padece
la clase gobernante, sino además, su propia vulnerabilidad. Si esto les sucede
a los hombres de poder, ¿qué podemos esperar los simples mortales?
Considero
que el asesinato del hijo de Moreira, puede ser apenas el inicio de una
embestida contra la clase política, que hasta hoy ha convivido con la
delincuencia en una “feliz orgía de corrupción”, como lo dice también Buscaglia
(OEM, 4 de octubre de 2012). No cabe duda que se trata de un mensaje, y la
prueba de que una guerra a nadie le conviene. Llegó la hora de dar un golpe de
timón, dejar a un lado prejuicios morales y estrategias de marketing político,
para pasar a las acciones que den resultados.
La
muerte de este joven inocente no debe ser en vano, debe servir para curar de su
ceguera a nuestras autoridades, para que se den cuenta que nadie estamos
exentos de sufrir las consecuencias de esta violencia brutal.
Twitter:
@salazarmercado
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